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ISSN 1989-4163

NUMERO 34 - JUNIO 2012

El Manuscrito

Patricia Nasello

 

"Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros...  y  para él no había otra historia más cierta en el mundo".
Pasaje del primer capítulo de Don Quijote

 

Dicen que vivió en algún lugar de estas sierras, 50 años atrás. Que fue un hombre bajo, robusto; de modales parcos.

Se ganaba la vida ejerciendo el oficio de jardinero, pala y pico de sol a sol.  Los domingos descansaba, entonces solía vérselo con un par de libros bajo el brazo. La Biblia, escrita en alemán, y   “Mein Kampf” de Hitler.

Jamás se le conoció una novia.

Ni un amigo.

Dicen que fue él quien redactó este manuscrito. Que hizo muchas copias y las repartió entre los vecinos.  Algunos de ellos la conservaron. Por respeto, por consideración.

 

“Amparándose en nuestra desidia e ignorancia, la hormiga, mañosa plaga, ha pisoteado e infectado por milenios el planeta. Muchos la hemos atacado, pero no con la determinación que sería de esperar. Otros lo han hecho con un ánimo  resignado, dando por cumplida la derrota, mientras que, por último, y con una actitud por demás peligrosa y reprobable, unos cuantos se declararon vencidos sin presentar batalla.

Este insecto mantiene nuestro mundo asolado y sometido, paseándose por pastos, tallos, hojas y flores, estiércol y otras fetideces, sin distinguir diferencias, puesto que, para nuestro perjuicio, de todo se sirve.

Allí donde una se ve, cientos se esconden.  Silenciosamente destruye la belleza que con esmerado trabajo construimos, y, no bastándole con causarnos ese daño, como un viejo usurero, en sus cuevas subterráneas, acumula el botín que despojó.

Si pienso en su monótona rutina, en el amasijo en el que se revuelve y convive, tiemblo de asco y de furia. Bicho sucio hasta la hediondez, con sus esqueléticas patas escarba en cualquier carroña para luego caminar sobre nuestros mejores pétalos.

Para que esta injusticia se detenga, será necesario unirnos y actuar como un solo hombre, batallar contra el adversario hasta su exterminio.

No olvidemos que el enemigo está organizado como un ejército, no seremos menos: pondremos, todos, nuestra decisión, constancia e inteligencia al servicio de esta causa. Atendiendo a sus cualidades y características personales, cada quien tendrá asignado puesto, arma y línea de conducta. Nadie gozará el derecho de  permanecer apartado, ajeno. Quien no mate hormigas, o no preste  colaboración en conocimientos e información para que otros lo hagan, será, él mismo, barrido, fumigado, aplastado.

Es de vital importancia que esto se comprenda: una pelea directa contra el odiado insecto en su propio terreno, no es bastante. En esta brava lid, el  enemigo no está solo, tiene de su lado abiertos aliados y esbozados cómplices: haraganes que les permiten avanzar, inescrupulosos que incumplen el trabajo acordado, biólogos de profesión y naturalistas por vocación que confunden la mente de nuestros jóvenes y niños aprovechando el espacio que le brindan las aulas.  Estos esbirros deberán ser persuadidos de la magnitud de su error, se les ofrecerá, generosamente, la oportunidad de enmendar su perversa conducta. Quien sea incapaz  de aprovechar tal gentileza, será tratado con el máximo rigor, a fin de que oficie como escarmiento en el ánimo de  presuntos díscolos futuros.

Cuenta también, a su favor, el adversario, con el silencio de aquellos cuyos paladares finos estarán dispuestos, únicamente, a tragar verdades que no lastimen su credulidad e inocencia. Por ahora, paciencia con ellos. Ya llegará el día en que comprenderán. A su debido tiempo serán obligados a tomar partido, a definirse. Esta es gente débil, difícilmente se nos oponga. De todos modos, a mantenernos atentos, la debilidad es ruin por naturaleza. Implorarán clemencia, pretendiendo vernos disminuidos a su nivel. Su proceder coloca la misericordia como una meta deseable puesto que el humor endeble que les caracteriza, no permite alcanzar  aquello que su corazón ansía. En la falsedad reside su fuerza.

Hermanos, esta es una guerra santa, el Libro Sagrado nos educa. La creación, en toda su espléndida multiplicidad, está para servirnos. Entonces les pregunto: ¿Quién colocó sobre la faz de la tierra un espécimen cuya única razón de ser obviamente nos perjudica?. El Mal. De modo que, porque así lo exige nuestro corazón, nuestra fe más honda, la salvación misma de nuestra alma, nosotros limpiaremos el mal del mundo. Igual que el Primer Maestro, empezaremos pocos, pero pronto seremos millones. Millones de soldados, millones de guerreros.

Quien quiera contarse entre los vencedores deberá plantarse del lado correcto de esta lucha. Nuestra lucha. Mi Lucha”.

El manuscrito

 

 

 

 

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